lunes, 23 de enero de 2017

Tan de repente cómo parpadear

Y que un día cualquiera...

De esos que caminas a solas,
y con la cabeza tendida al suelo
como de costumbre.

De esos donde hace frío
y acoges a tu abrigo,
lo estrechas contra ti 
y cubres tu boca con la bufanda 
que abriga tu cuello.

De esos donde cruzas 
calles amplias sin ni siquiera mirar,
por ir pensando 
en las esquinas de las hojas
que dejaste dobladas,
sin llegar a cerrar el libro.

De esos donde recuerdas
todas las promesas
que se llevó el tiempo,
promesas que te pesan,
cómo jodidamente te pesa
levantarte cualquier día
que suena la alarma 
de las 7.00 a.m.

Pero a veces, 
un día cualquiera, 
sin darte cuenta aparece alguien
que quiere divagar contigo la ciudad.

Y ya no tienes que estrechar tu abrigo
porque ahora,
son sus brazos los que te envuelven,
y ni siquiera
tienes que cubrir del frío tu labio árido,
porque no te van a faltar besos.

De repente pasa que,
te cierran todas las heridas
y las cargan contigo,
aunque vuelvas a visitarlas algún día, 
pero ya no lo harás sola.

De repente llega el día 
donde te quieren sin necesidad de prometer,
sin jurarte amor eterno, 
sino queriéndote cómo si no hubiera un mañana,
y es ahí, justo ahí,
cuando te das cuenta que,
siempre te había faltado algo 
o que quizás,
nunca te habían querido con todo.

Y que ya no tiene que sonar 
ninguna alarma, 
porque déjame decirte,
que no estás soñando.

Y que un día cualquiera...